sábado, 23 de junio de 2012

Somos una cultura de la eyaculación precoz.

Buenos Aires es una Ciudad contradictoria. Diferentes historias hablan del hechizo y la magia, de su río encantado.
Pasa el tiempo y Eros sigue habitando nuestra ciudad. En todos los casos se las arregla para ofrecer a los mortales habitantes de esta parte del mundo lo que ellos siempre le pidieron: farra, garufa, noche y diversión.
En Buenos Aires, hay un erotismo callejero muy despierto. Una “mina” con minifalda siempre es mirada, eso quiere decir que el señuelo sexual funciona. El piropo es eminentemente erótico, porque es eso y nada más. Recuerdo lo que decía Oliverio Girondo: “Los hombres eyaculan piropos a las chicas de flores”.
El erotismo ha sufrido un desplazamiento al dinero, al tener, y al no ser. El falicismo es un drama del hombre y de la mujer, que aparece en la mujer. Es un drama creado por ambos y lleva a la mujer al deseo de tener lo que nunca va a tener. Ella valora los símbolos fálicos, porque el hombre le hizo creer que él es superior.
Lacan dijo alguna vez: Hay una biblioteca que consta de 50 libros; está el libro 1, el 2, el 3 y el 4 no está. Alguien asegura: “falta”, pero no falta, está en otro lado. La mujer siente la melancolía de creer que perdió lo que cree que tenía. El hombre se rodea de armaduras porque cree que puede perder lo que cree que tiene. Pero en realidad ninguno perdió y ninguno tuvo.
Somos una cultura de la eyaculación precoz. Cualquier seducción, cualquier forma de seducción, que es un proceso enormemente ritualizado, se borra cada vez mas tras el imperativo sexual naturalizado, tras la realización inmediata e imperativa de un deseo. Nuestro centro de gravedad se ha desplazado efectivamente hacia una economía libidinal que ya solo deja sitio a una naturalización del deseo consagrado, bien a la pulsión, bien al funcionamiento maquínico, pero sobre todo a lo imaginario de la represión y de la liberación.
Sin embargo, tampoco se dice: “Tienes un alma y hay que salvarla”, sino:
“Tienes un sexo, y debes encontrar su buen uso”.
“Tienes un inconsciente, y ELLO tiene que hablar”
“Tienes un cuerpo y hay que gozar de el”.
“Tienes una libido, y hay que gastarla”, etc.
Esta obligación de liquidez, de flujo, de circulación acelerada de lo psíquico, de lo sexual y de los cuerpos es la replica exacta de la que rige el valor de cambio: es necesario que el capital circule, que no tenga un punto fijo, que la cadena de inversiones y reinversiones sea incesante, que el valor irradie sin tregua.
El sexo como modelo toma la forma de una empresa individual fundada en una energía natural: a cada uno su deseo y que gane el mejor (en goce). Es la misma forma del capital, y precisamente por eso, sexualidad, deseo y goce son valores subalternos. Cuando aparecen, no hace tanto tiempo, en el horizonte de la cultura occidental, como sistema de referencia, aparecen como valores venidos a menos, residuales, ideal de clases inferiores, burguesas y después pequeño burguesas, con relación a los valores aristocráticos de sangre y linaje, de desafío y seducción, o a los valores colectivos, religiosos y de sacrificio.
Allí donde el sexo se erige como función, como instancia autónoma, es porque ha liquidado a la seducción. Aún hoy no se da, casi nunca, más que en lugar de la seducción ausente, o como residuo y puesta en escena de la seducción fracasada. Entonces es cuando la forma ausente de la seducción se alucina sexualmente- en forma de deseo. Es en esta liquidación del proceso de seducción donde toma fuerza la teoría moderna del deseo. Naturaleza y deseo, ambos idealizados, se suceden en los esquemas progresivos de liberación, la de las fuerzas productivas antiguamente, hoy la del cuerpo y el sexo.
La seducción opera también bajo esa forma de una articulación simbólica, de una afinidad dual con la estructura del otro; el sexo puede ser un resultado por añadidura, pero no necesariamente. Mas bien seria un desafío a la existencia misma del orden sexual.
De todas maneras, sigo pensando que lo erótico va para otro lado (tal vez sesgada por la definición clásica que toma Freud), es lo amoroso. Es la construcción de complejidades cada vez más altas. Es lo contrario de lo tanático, que es lo disolutivo, lo que va destruyendo los nexos, las articulaciones. Lo erótico es lo que tiende hacia el significado, hacia el sentido, hacia la desmaterialización. Allí nos encontramos con el amor. El otro importa mas allá de su cuerpo, el otro produce un efecto en uno que es un enigma, que es inaprensible, que trasciende lo material.